La tarea acumulada
El reloj de la plaza acababa de dar las siete de la tarde, cuando Joaquín sintió por primera vez a la Muerte siguiéndole tras sus pasos. Nunca la había visto antes, sin embargo, desde el primer momento supo que era ella. Y eso que, para ser la Muerte, presentaba un aspecto un tanto descocado. Vestía un traje de noche de tirantes negro con un gran escote, a pesar del frío de la tarde invernal. Las ojeras, marcadísimas, resaltaban con la palidez extrema de su piel, y su melena, lacia y negra azabache, estaba despeinada como si acabara de levantarse de la cama. Parecía caminar con aire despreocupado y aburrido. Joaquín se cercioró de que era a él a quien seguía, dando un rodeo a una manzana. El repiqueteo de los afilados tacones de la Muerte lo acompañó durante todo el trayecto. Quedaba claro pues, que era a por él a por quien había venido. Cómo podía ser esto posible, se preguntaba, si estaba rebosante de salud; no en vano, venía de ganarle fácil al squash a su amigo Fernando. Y qué iba a ser del viaje en mayo a Torremolinos junto con Inés, su novia, que acababa de pagar. No, tenía que haber un error, así que decidió intentar darle esquinazo. Entró hasta el final de un céntrico y concurrido bar, y se pidió un café. No había terminado de darle el primer sorbo cuando se la encontró frente a él. Había encendido un cigarrillo y fumaba tranquilamente. En ningún momento cruzaron sus miradas. Ella continuaba como ausente, sin fijarse en nadie en particular. Lo peor para Joaquín era ver la misma cara de despreocupación en el resto de la gente que había en el bar. No podía seguir esperando allí. Tampoco se atrevía a pasar por casa por el riesgo que suponía, que además de él, de paso aprovechara para llevarse a su novia, o al gato mismo. De repente se le ocurrió ir a la reunión informativa de clientes de la caja de ahorros, que con motivo de su fusión con otras cajas, se celebraba esa misma tarde. En un principio no tenía ni la más remota idea de aparecer, pero dadas las circunstancias, pensó que la Muerte no tendría el arrojo suficiente de llevárselo con semejante multitud de por medio. Además, para entrar a dicha reunión, había que acreditar mediante tarjeta o cartilla de ahorro ser cliente de la caja, cosa que la muerte era poco probable que fuera.
Cuando llegó, la reunión hacia ya media hora que había comenzado. Al entrar en la sala, unas cuantas personas se giraron rápidamente, como si estuvieran esperando a alguien, para luego, al ver que el que entraba era Joaquín, a quien nadie conocía, retornaran a su posición inicial, con una sensación de alivio añadida en sus rostros. En los minutos posteriores, el que estuvo mirando continuamente hacia atrás, fue Joaquín, para asegurarse de que la Muerte no lo había seguido esta vez, tal y como él había imaginado. La charla sobre el nuevo estado financiero de los fondos, planes de pensiones, y demás cuentas que ofertaba la caja tras la fusión, corría a cargo de tres trajeados directivos, que se turnaban para explicar las distintas gráficas y tablas numéricas que se proyectaban en una pantalla desde un cañón. La mayoría de los asistentes, se había perdido con la primera gráfica con forma de perfil de etapa reina del tour de Francia. Apenas había transcurrido la explicación de los beneficios de un determinado bono desde la llegada de Joaquín, cuando aprovechando la medio penumbra de la proyección, irrumpió desde el público un hombre armado con una metralleta en cada mano. Para sorpresa de todos, el hombre era un conocido cajero de toda la vida en la sucursal que tenía la caja en el centro de la ciudad. Sebastián, que era como se llamaba, explicó a todo el atemorizado personal, como en treinta largos años de servicio, había tenido que soportar la humillación por parte de sus directivos, de que no le ascendieran nunca de su puesto de cajero, mientras que hijos de papá recién llegados, ascendían como las cabras al monte. Para más INRI, ahora con la crisis y la fusión de las cajas de ahorros, la nueva entidad resultante iba a aplicar un ERE, del que el desafortunado de Sebastián formaba parte. Fue la gota que colmó su paciencia. Así que había elegido la inauguración para cobrárselas todas juntas. Acto seguido, sin mediar palabra, empezó a vaciar los cargadores de sus metralletas sobre los presentes, sin hacer distinción alguna entre directivos, empleados como él, o meros clientes como Joaquín. Consiguió matar a todos. Sin embargo, Sebastián cegado por la desesperación y el odio acumulado durante tantos años y sumido en un delirio de sangre, seguía ensañándose con los directivos a balazo limpio. En esto, entró la Muerte a la carrera.
- ¡Sebastián! – le gritó.
Sebastián se dio la vuelta, apuntando con la única metralleta en la que le quedaba munición, hacia donde provenía la voz. De inmediato reconoció a la Muerte, y bajó el arma.
-Vale ya Sebastián!, ya es suficiente, ya has cumplido con tu venganza.
-¿cómo?, pero....- balbuceo Sebastián.
- Claro, tú no lo sabes – le interrumpió la Muerte – pero te mereces una explicación por tu buen trabajo.
Todos los años la Vida y yo, la Muerte, celebramos una fiesta, llamémosla de hermandad, a la cual invitamos a todos los elementos que hacen posible la existencia de la vida, y su posterior destrucción, claro está. Por poner un ejemplo, te diré que asistieron entre otras, la Guerra, recién llegada de Libia con su aspecto rudo y hostil de siempre y con algunos kilos de más, luciendo su más elegante uniforme; la Esperanza ilusa, frágil, y tremendamente ridícula, con un vestido verde pistacho de lo más hortera, el Odio al que acompañaba del brazo la Envidia embotada en un traje de noche de lentejuelas doradas que no le sentaba nada bien, el Amor que también presentaba en sociedad a su último ligue, ni más ni menos que a la Salud, más radiante si cabe que nunca, y un largo etcétera. ¿Me sigues, no? A lo que Sebastián, asintió levemente, con la mirada en ninguna parte.
- Pues bien, - prosiguió la Muerte – dicha fiesta la celebramos ayer mismo. Fue una fiesta por todo lo alto. Con su banquete, su baile, su parranda y demás. Todos, salvo el Sueño y el Aburrimiento, por razones obvias, desfasamos un montón. Y no habría sido más que una canita al aire en nuestro atareado calendario, de no ser porque la Vida, la muy puta, me presentó al Humor Negro. Desde un principio, se estableció una complicidad mutua entre nosotros. Él es un negrazo, más negro que el rey Baltasar, enorme de alto y de cuerpo atlético. Vestía esmoquin tan oscuro como él, con sombrero de ala ancha incluido, y al contrario que el resto de humores, a los que aborrezco, se trata de un tío serio, que como mucho llega a la sonrisa cuando realmente vale la pena sonreír. En la sobremesa estuvimos, entre ron y ron, contándonos, él lo mejor de su repertorio, y yo, mis anécdotas más divertidas. Me sacó a bailar, y fuimos la pareja sensación de la noche, sobre todo cuando tocaba algún aire caribeño. Luego vino la parranda; con más ron y más salsa. Finalmente acabamos la faena en su apartamento... Total, que hoy vuelve a ser laborable para todos, y me he despertado a las tres de la tarde. Sin tiempo de pasar por casa para una ducha siquiera, he tenido que salir como una loca a cumplir con el pedido de hoy. Me quedaba muy poco tiempo, así que se me ha ocurrido aprovechar que tú te los ibas a cargar a todos en la reunión esta de la caja, para que te cargaras unos cuantos más. De esta manera, mi trabajo ha consistido en tratar de que todos los de la lista de hoy, asistieran a la reunión. Y no te creas que me ha sido fácil, que lo mío me ha costado, sobre todo con el último, el cretino del Joaquín ese. Pero al final, la puta Vida se va a tener que joder una vez más, porque a pesar de sus artimañas, yo he cumplido, y eso ha podido ser gracias a ti, campeón.
Sebastián se había quedado de piedra. No podía dar crédito. Hasta la muerte lo había utilizado. En el exterior se oían sirenas. Con la mirada ida, como si de un autómata se tratara, empuñó la metralleta y se pegó un tiro.
La Muerte suspiró largamente, y dirigiéndose al cuerpo sin vida de Sebastián, añadió:
- Mira que por poco me la haces buena, macho. Era la última bala que te quedaba, y tú también estabas en la lista.