Eironeia
Sobre el mantel, los restos de la cena.
Igual que dos amantes se entrelazan
Las cucharas del postre compartido.
Hoy todo es ironía.
Está llena de luz esta mañana
a pesar de tu huída y mi
derrota.
EL CAMBIO DE VIDA
A Mikel le llamó mucho
la atención el que Sonia tuviera la determinación y sobre todo la certeza de
que en el plazo de medio año cambiaría su vida. Y es que, si bien la
conversación había transcurrido en el tono poco serio con el que solían
tratarse, aquella frase la repitió hasta tres o cuatro veces, cada vez con más
contundencia. Así que no es de extrañar que después de despedirse, la frase
siguiera rondando por su cabeza como una mosca
en día de bochorno.
“Cambiar la vida” -se
decía una y otra vez- como si fuera accionar un mecanismo cualquiera y ya está.
Venga ya. Se acordó de Rafaé, aquel hombre que con bastante arrojo se les
ofreció a un amigo y a él para hacer de guía turístico en el pequeño pueblo
alpujarreño al que llegaron tras una excursión a pie. Como el pueblo, aunque
blanco y precioso, no tenía gran cosa, rellenó la visita contándoles su vida.
Rafaé era un hombre menudo, calvo y desdentado, de unos treinta y tantos años,
pero que se había gastado bastantes más. La verdad es que tenía cierto aire
yonki. Les contó que se había criado felizmente en el pueblo pero, cuando le
tocó ir a la mili, le cambió la vida. Lo decía sin reproches, aguantando la
sonrisa en la que mostraba no más de cinco dientes dispuestos asimétricamente,
como invitando a que cada uno se imaginará los excesos que le vinieran en gana.
En fin, que a Rafaé (al que una vez acabada la tournée le invitaron a una caña
en el bar del pueblo y se quedó con la vuelta) sí que le cambió la vida, sin
que al menos aparentemente, por lo que contó él mismo, hubiese habido ninguna
voluntad por su parte.
También se acordó de que
la frase más usada entre los que estrenan maternidad o paternidad era esa
misma: “Te cambia la vida”. Aquí sí se trata (la mayoría de las veces) de algo
voluntario, pero tampoco veía a Sonia inseminándose para ser madre soltera.
Como estaba totalmente
desorientado, decidió probar con internet, que es donde hoy en día se encuentra
la respuesta para casi todo. Escribió en el buscador “Cómo cambiar tu vida” y
al instante se desplegaron cientos de páginas web. La mayoría promocionaban
organizaciones de tipo secta, que ofrecían meditación, autoconocimiento y demás
rollos macabeos en los que ni él ni Sonia tenían demasiada fe. Había también
unas cuantas páginas sobre salud, alimentación, dejar de fumar, etc. Hasta que
encontró una web en la que se ofrecía intercambiar la propia vida con otras personas a mediante una sencilla operación quirúrgica.
Al parecer, el método
consistía en una especie de radioscopia cerebral con la que te extraían el
líquido de la cavidad de Silvius, en la cual según estudios científicos es
donde se encuentra la esencia personal de cada uno, y lo intercambiaban con el
de otra persona, con lo que el cambio resultaba muy efectivo, a la vez que
inmediato. Se aseguraba asimismo que la operación no tenía el más mínimo
riesgo. Mikel intuyó que ese debía de ser el cambio al que se refería Sonia tan
rotundamente.
Al día siguiente acudió
a la sede que la empresa había abierto en Bilbao. Allí le mostraron mediante
maquetas de cerebros de plástico todos los detalles de la operación y los numerosos estudios que la avalaban, así
como el testimonio de algunos que se habían sometido a la misma y de lo
positivo que había sido y de lo encantados que estaban.
Las condiciones eran
que una vez que dos personas, en un principio del mismo sexo y edad, decidieran intercambiar sus vidas, se
procedía al trueque de sus líquidos esenciales. Primero se realizaba un cambio
provisional de un año de duración. Al cabo de éste, si una de las dos decidía
no seguir se le devolvía a cada uno su líquido original. Si por el contrario
ambos estaban satisfechos, podían prorrogar el cambio durante los años que
acordaran. Los datos que se compartían en la base de datos eran anónimos y
confidenciales y para acceder a ellos había que darse de alta en el proyecto y
abonar una cantidad inicial no muy elevada. Los cambios eran totalmente
voluntarios, así que formar parte de la base de datos no implicaba la
obligación de acceder a ningún cambio, por lo que Mikel no dudo en darse de
alta.
Nada más le
proporcionaron el acceso a la base de datos, se puso a rastrear en busca del
perfil de Sonia. Se sorprendió de que hubiera tanta gente registrada en una
cosa de estas. Buscó y rebuscó la ficha que se refiriera a Sonia. Ya iba a
darse por vencido cuando encontró una que encajaba totalmente con ella.
Mujer. 35 años de edad.
Buen físico. Heterosexual. Sin hijos. Sin compromiso. Domicilio en Bilbao en
piso de alquiler en el casco antiguo. Trabajo estable en una empresa de diseño.
Creativa y emprendedora. Aficiones: Las artes en general: pintura, fotografía,
escultura (cerámica), música (toca la guitarra), pasear y andar en bici por el
campo, viajar y conocer otras culturas. Seguía un escrito más detallado en el
que se confirmaba que se trataba de ella.
Estuvo pendiente de la
ficha hasta que al cabo de una semana desapareció de la base de datos, señal de
que podría haber accedido a algún cambio.
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Maite llegó a
Barcelona hace trece años a estudiar zoología en la autónoma. Desde entonces
reside allí. Durante la tesina conoció a Marc con el que compartió feliz el
estudio de los cirrípedos (percebes) y la cama de su piso de estudiantes
en el ensanche durante seis años de su vida. Hasta que un día a Marc se le
cruzaron el cable y una danesa en un congreso sobre la fauna de los litorales
en Helsinki. Fueron momentos muy duros para Maite que buscó refugio y consuelo
en su amiga Angels que, a su vez, había salido recientemente trasquilada de una
relación sentimental. Una noche de juerga la compasión mutua pasó a ser pasión directamente. Se
enrollaron. Fue el comienzo de una relación complicada como todas las
relaciones humanas, agravada por la labor interna y externa que implica la
homosexualidad. Dudas que acechan continuamente, las primeras miradas
sesgadas de una sociedad hipócrita clavándose en sus cuerpos, la
autocensura con toda muestra de cariño en público, como si lo suyo en
lugar de amor fuera un delito. El pecado de amar.
Maite había
conseguido salir indemne de tanta batalla, pero estaba psicológicamente
agotada. Así que cuando vio la posibilidad de tomarse un respiro durante aun
año, primero pensó en ella misma y lo bien que le vendría estar un año sin
presiones y coger fuerzas desde la distancia, para luego reafirmarse en su
relación con Angels a la que amaba de verás. Luego pensó que la que viniera en su lugar vendría con ganas e
ilusión y aportaría aire fresco a una relación, cuyo peso últimamente había
recaído en Angels, con el riesgo de que ésta también acabara quemándose.
Efectivamente,
Maite acertó en sus pronósticos. Sonia congenió de maravilla con la buena de
Angels y afrontó como si de un reto se tratara el descubrimiento de la
homosexualidad. No tardó en disfrutar con ella tanto o más que con ellos.
Angels agradeció aquel cambio de actitud de su amante y compañera que ahora se
mostraba mucho más decidida y le cedió gustosa la iniciativa.
Pasó el año
de plazo. Sonia aunque le cogió mucho cariño, no se enamoró de Angels y
se dio cuenta de que Barcelona le quedaba bastante grande. La experiencia le
había resultado de lo más positiva, y volvió con ganas de seguir indagando en
la condición y relaciones humanas.
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La familia
Zabala representaba lo que viene a llamarse una familia tradicional de clase
media alta. Él provenía de una saga de arquitectos de prestigio en San
Sebastián. Ella, arquitecta también, lo conoció a él en la facultad; ella
recién entrada y él a punto de licenciarse. No esperaron ni a que ella
terminara la carrera para casarse. Al poco empezaron a aumentar en número la
familia. Él trabajaba en el
estudio de su padre junto a otro hermano mayor, arquitecto también,
mientras que ella asumía el papel de madre abnegada con sus hijos. De vez en cuando, su marido le
pedía opinión sobre algún proyecto o sobre algún presupuesto, pero poco
más. La verdad, es que tampoco lo echó mucho en falta. Aunque disponían de una
asistenta que se encargaba de las tareas del hogar, era muy celosa en el
cuidado de sus retoños.
Tuvieron
tres niños bastante seguidos, así que durante los primeros años apenas tenía
tiempo para otra cosa. Sin embargo, ahora que Daniel, el más pequeño, había
empezado el colegio comenzaba a disponer de él y a cuestionarse su valía como
mujer y como persona. Intentó, en un principio, hacerse con un sitio junto a su
marido, pero pronto comprobó que los dos hermanos habían adquirido con los años
una forma muy personal de llevar el negocio que no admitía muchas variaciones.
Además, el hecho de convivir más tiempo con su marido no hizo sino enturbiar
una relación que hasta la fecha había sido al menos correcta. Así que cuando
vio que una chica soltera y con un trabajo creativo marcaba la casilla que
indicaba que aceptaría un intercambio con ella, apenas le costó un minuto
decidirse.
Sonia sentía
mucha curiosidad por ser madre y por una vida en pareja normalizada. El hecho de
que fuera una familia medianamente rica le resultaba atractivo. De este
modo podría salir de la precariedad en
la que llevaba toda su vida.
Como cada
vez que estrenaba proyecto, lo cogió con ganas. Utilizó su entusiasmo y su
creatividad con los hijos e intentó
hacerle ver al marido lo mucho que ella, desde otro punto de vista, podía
aportar tanto en el trabajo como en su relación matrimonial. La verdad es que
algo consiguió pero al final el año se le hizo largo y acabó un poco
desilusionada y deseosa de volver a la aventura que suponía su vida diaria. El
cuerpo le pedía más marcha que la que le ofrecía la familia Zabala.
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Miguel, según constaba
en la ficha, era un hombre libre, de treinta y siete tacos, alto y fibroso.
Ejercía de profesor de filosofía en el instituto de Balmaseda, un pueblo de
Vizcaya, y era un gran aficionado a unos cuantos deportes. Nunca había
estado casado, aunque había tenido varias relaciones a lo largo de su vida,
algunas de ellas más o menos serias. Se consideraba una persona extrovertida,
con carácter algo fuerte y con un fino sentido del humor. Aseguraba también no
haber tenido nunca excesivos problemas para ligar. Residía en el mismo
Balmaseda, en un piso que estaba estrenando.
Fue él quien marcó
primero la petición de intercambio. Al principio, a Sonia le hizo sonreír aquel
imposible, pero a medida que discurrieron las horas se le fue haciendo
más factible. De tal manera que al final de la tarde aceptó. Nunca había tenido
reparos a la hora insinuarse a un hombre que le gustase. Pero al igual que les
ocurre a algunos perros de caza de gran olfato que no valen porque se asustan
con los tiros, a muchos hombres les
intimidaba esta actitud. Además, por mucho que ella se atreviera a llevar la
iniciativa, siempre eran muchos más los que intentaban seducirla a ella . Era
evidente, que aunque cada vez menos, el mundo seguía siendo de ellos. Fue ese
coqueteo con el poder machista lo que le llevó a aceptar el reto.
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Sábado noche. Miguel y
una chica se han apartado de sus respectivas cuadrillas. Ella es bastante guapa.
Por un instante, cuando la ha visto de perfil, le ha recordado a su yo
original, a Sonia. parecida en altura, si no fuera por los tacones, más
delgada, nariz picuda casi idéntica a la suya y los mismos ojos color verde
aceituna. Aunque su mirada insegura, asustadiza casi, nada tiene que ver con la
mirada sincera y vivaz de Sonia. También cambiaba el pelo liso teñido de rubio
platino, el maquillaje excesivo y la ropa de marca de Nerea, que así era como
se le había presentado.
La mente femenina de
Miguel estaba ansiosa por estrenar el arrojo y la impunidad del macho. Se
sentía como un leopardo ante una frágil gacela a la que ha logrado
separar de la manada. Sin poder aguantarse por más tiempo lanzó su primer
ataque. Nerea llevaba ya un rato con la sonrisa puesta y riéndole
exageradamente todas sus gracias de machote de pelo en pecho, cuando de forma
aparentemente natural e inocente le pasó el brazo derecho por encima de sus
hombros. Ella se ruborizó y no le correspondió como él esperaba, pasándole el brazo
izquierdo por la cintura. Así que se soltó con la misma suavidad con la que se
había apoyado. Un primer quiebro pensó. Continuaron con la ronda de bares. Con el alcohol desinhibiendole cada vez
más, se sucedieron más acercamientos. Hasta que Miguel descubrió los ojos de
ella titilando a la vez que le sonreía de oreja a oreja y le plantó un beso en
los labios que ella no rechazó. Entre más besos y abrazos de pasión llegaron al
apartamento de Miguel.
A la mañana siguiente,
Miguel se levantó oprimido por los efectos diuréticos de la cerveza. Nerea
dormía plácidamente. Mientras meaba recordó con una sonrisa lo bien que
se le había dado la caza anoche. Ya frente al espejo, le vinieron a la memoria
los últimos jadeos de Nerea, en los que le llamaba Mikel en vez de Miguel.
¿Mikel? -se preguntó- si en ningún momento se había presentado con el nombre en
euskera… De repente, reconoció la mirada que le devolvía el espejo.
Efectivamente era Mikel, un amigo de infancia que años más tarde se le insinuó
y ella rechazó, aunque siguieron manteniendo la amistad. El mismo
al que años atrás le dejó entrever sus intenciones de cambio.
Horrorizada corrió
al dormitorio. Destapó el cuerpo desnudo de Nerea. Se acercó al ombligo, y tal
y como esperaba, se encontró aquel lunar en el punto exacto donde lo dejó
antes de cambiar de vida.