Raúl Martinez gana con El cambio de vida el XV premio literario Ojalá la Mancha.El poema de Pedro Criez, Eironeia es mención.


Eironeia



Sobre el mantel, los restos de la cena.
Igual que dos amantes se entrelazan
Las cucharas del postre compartido.


Hoy todo es ironía.
Está llena de luz esta mañana
a pesar de tu huída y  mi derrota.




 

EL CAMBIO DE VIDA


A Mikel le llamó mucho la atención el que Sonia tuviera la determinación y sobre todo la certeza de que en el plazo de medio año cambiaría su vida. Y es que, si bien la conversación había transcurrido en el tono poco serio con el que solían tratarse, aquella frase la repitió hasta tres o cuatro veces, cada vez con más contundencia. Así que no es de extrañar que después de despedirse, la frase siguiera rondando por su cabeza como una mosca  en día de bochorno.

“Cambiar la vida” -se decía una y otra vez- como si fuera accionar un mecanismo cualquiera y ya está. Venga ya. Se acordó de Rafaé, aquel hombre que con bastante arrojo se les ofreció a un amigo y a él para hacer de guía turístico en el pequeño pueblo alpujarreño al que llegaron tras una excursión a pie. Como el pueblo, aunque blanco y precioso, no tenía gran cosa, rellenó la visita contándoles su vida. Rafaé era un hombre menudo, calvo y desdentado, de unos treinta y tantos años, pero que se había gastado bastantes más. La verdad es que tenía cierto aire yonki. Les contó que se había criado felizmente en el pueblo pero, cuando le tocó ir a la mili, le cambió la vida. Lo decía sin reproches, aguantando la sonrisa en la que mostraba no más de cinco dientes dispuestos asimétricamente, como invitando a que cada uno se imaginará los excesos que le vinieran en gana. En fin, que a Rafaé (al que una vez acabada la tournée le invitaron a una caña en el bar del pueblo y se quedó con la vuelta) sí que le cambió la vida, sin que al menos aparentemente, por lo que contó él mismo, hubiese habido ninguna voluntad por su parte.

También se acordó de que la frase más usada  entre los que estrenan maternidad o paternidad era esa misma: “Te cambia la vida”. Aquí sí se trata (la mayoría de las veces) de algo voluntario, pero tampoco veía a Sonia inseminándose para ser madre soltera.

Como estaba totalmente desorientado, decidió probar con internet, que es donde hoy en día se encuentra la respuesta para casi todo. Escribió en el buscador “Cómo cambiar tu vida” y al instante se desplegaron cientos de páginas web. La mayoría promocionaban organizaciones de tipo secta, que ofrecían meditación, autoconocimiento y demás rollos macabeos en los que ni él ni Sonia tenían demasiada fe. Había también unas cuantas páginas sobre salud, alimentación, dejar de fumar, etc. Hasta que encontró una web en la que se ofrecía intercambiar  la propia vida con otras personas a  mediante una sencilla operación quirúrgica.

Al parecer, el método consistía en una especie de radioscopia cerebral con la que te extraían el líquido de la cavidad de Silvius, en la cual según estudios científicos es donde se encuentra la esencia personal de cada uno, y lo intercambiaban con el de otra persona, con lo que el cambio resultaba muy efectivo, a la vez que inmediato. Se aseguraba asimismo que la operación no tenía el más mínimo riesgo. Mikel intuyó que ese debía de ser el cambio al que se refería Sonia tan rotundamente.

Al día siguiente acudió a la sede que la empresa había abierto en Bilbao. Allí le mostraron mediante maquetas de cerebros de plástico todos los detalles de la operación y  los numerosos estudios que la avalaban, así como el testimonio de algunos que se habían sometido a la misma y de lo positivo que había sido y de lo encantados que estaban.

 Las condiciones eran que una vez que dos personas, en un principio del mismo sexo y edad,  decidieran intercambiar sus vidas, se procedía al trueque de sus líquidos esenciales. Primero se realizaba un cambio provisional de un año de duración. Al cabo de éste, si una de las dos decidía no seguir se le devolvía a cada uno su líquido original. Si por el contrario ambos estaban satisfechos, podían prorrogar el cambio durante los años que acordaran. Los datos que se compartían en la base de datos eran anónimos y confidenciales y para acceder a ellos había que darse de alta en el proyecto y abonar una cantidad inicial no muy elevada. Los cambios eran totalmente voluntarios, así que formar parte de la base de datos no implicaba la obligación de acceder a ningún cambio, por lo que Mikel no dudo en darse de alta.
Nada más le proporcionaron el acceso a la base de datos, se puso a rastrear en busca del perfil de Sonia. Se sorprendió de que hubiera tanta gente registrada en una cosa de estas. Buscó y rebuscó la ficha que se refiriera a Sonia. Ya iba a darse por vencido cuando encontró una que encajaba totalmente con ella.
Mujer. 35 años de edad. Buen físico. Heterosexual. Sin hijos. Sin compromiso. Domicilio en Bilbao en piso de alquiler en el casco antiguo. Trabajo estable en una empresa de diseño. Creativa y emprendedora. Aficiones: Las artes en general: pintura, fotografía, escultura (cerámica), música (toca la guitarra), pasear y andar en bici por el campo, viajar y conocer otras culturas. Seguía un escrito más detallado en el que se confirmaba que se trataba de ella. 

Estuvo pendiente de la ficha hasta que al cabo de una semana desapareció de la base de datos, señal de que podría haber accedido a algún cambio. 
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 Maite llegó a Barcelona hace trece años a estudiar zoología en la autónoma. Desde entonces reside allí. Durante la tesina conoció a Marc con el que compartió feliz el estudio de los cirrípedos (percebes) y  la cama de su piso de estudiantes en el ensanche durante seis años de su vida. Hasta que un día a Marc se le cruzaron el cable y una danesa en un congreso sobre la fauna de los litorales en Helsinki. Fueron momentos muy duros para Maite que buscó refugio y consuelo en su amiga Angels que, a su vez, había salido recientemente trasquilada de una relación sentimental. Una noche de juerga la compasión mutua  pasó a ser pasión directamente. Se enrollaron. Fue el comienzo de una relación complicada como todas las relaciones humanas, agravada por la labor interna y externa que implica la homosexualidad.  Dudas que acechan continuamente, las primeras miradas sesgadas de una sociedad hipócrita clavándose en sus cuerpos, la autocensura  con toda muestra de cariño en público, como si lo suyo en lugar de amor fuera un delito. El pecado de amar.
Maite había conseguido salir indemne de tanta batalla, pero estaba psicológicamente agotada. Así que cuando vio la posibilidad de tomarse un respiro durante aun año, primero pensó en ella misma y lo bien que le vendría estar un año sin presiones y coger fuerzas desde la distancia, para luego reafirmarse en su relación con Angels a la que amaba de verás. Luego pensó que la que  viniera en su lugar vendría con ganas e ilusión y aportaría aire fresco a una relación, cuyo peso últimamente había recaído en Angels, con el riesgo de que ésta también acabara quemándose.
Efectivamente, Maite acertó en sus pronósticos. Sonia congenió de maravilla con la buena de Angels y afrontó como si de un reto se tratara el descubrimiento de la homosexualidad. No tardó en disfrutar con ella tanto o más que con ellos. Angels agradeció aquel cambio de actitud de su amante y compañera que ahora se mostraba mucho más decidida y le cedió gustosa la iniciativa.
Pasó el año de plazo. Sonia aunque le cogió mucho cariño, no se enamoró de  Angels y se dio cuenta de que Barcelona le quedaba bastante grande. La experiencia le había resultado de lo más positiva, y volvió con ganas de seguir indagando en la condición y relaciones humanas. 
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La familia Zabala representaba lo que viene a llamarse una familia tradicional de clase media alta. Él provenía de una saga de arquitectos de prestigio en San Sebastián. Ella, arquitecta también, lo conoció a él en la facultad; ella recién entrada y él a punto de licenciarse. No esperaron ni a que ella terminara la carrera para casarse. Al poco empezaron a aumentar en número la familia. Él  trabajaba en el  estudio de su padre junto a otro hermano mayor, arquitecto también, mientras que ella asumía el papel de madre abnegada  con sus hijos. De vez en cuando, su marido le pedía opinión sobre algún proyecto  o sobre algún presupuesto, pero poco más. La verdad, es que tampoco lo echó mucho en falta. Aunque disponían de una asistenta que se encargaba de las tareas del hogar, era muy celosa en el cuidado de sus retoños.
 Tuvieron tres niños bastante seguidos, así que durante los primeros años apenas tenía tiempo para otra cosa. Sin embargo, ahora que Daniel, el más pequeño, había empezado el colegio comenzaba a disponer de él y a cuestionarse su valía como mujer y como persona. Intentó, en un principio, hacerse con un sitio junto a su marido, pero pronto comprobó que los dos hermanos habían adquirido con los años una forma muy personal de llevar el negocio que no admitía muchas variaciones. Además, el hecho de convivir más tiempo con su marido no hizo sino enturbiar una relación que hasta la fecha había sido al menos correcta. Así que cuando vio que una chica soltera y con un trabajo creativo marcaba la casilla que indicaba que aceptaría un intercambio con ella, apenas le costó un minuto decidirse.
Sonia sentía mucha curiosidad por ser madre y por una vida en pareja normalizada.  El hecho de  que fuera una familia medianamente rica le resultaba atractivo. De este modo podría  salir de la precariedad en la que llevaba toda su vida.
Como cada vez que estrenaba  proyecto, lo cogió con ganas. Utilizó su entusiasmo y su creatividad con los hijos  e intentó hacerle ver al marido lo mucho que ella, desde otro punto de vista, podía aportar tanto en el trabajo como en su relación matrimonial. La verdad es que algo consiguió pero al final el año se le hizo largo y acabó un poco desilusionada y deseosa de volver a la aventura que suponía su vida diaria. El cuerpo le pedía más marcha que la que le ofrecía la familia Zabala.
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Miguel, según constaba en la ficha, era un hombre libre, de treinta y siete tacos, alto y fibroso. Ejercía de profesor de filosofía en el instituto de Balmaseda, un pueblo de Vizcaya,  y era un gran aficionado a unos cuantos deportes. Nunca había estado casado, aunque había tenido varias relaciones a lo largo de su vida, algunas de ellas más o menos serias. Se consideraba una persona extrovertida, con carácter algo fuerte y con un fino sentido del humor. Aseguraba también no haber tenido nunca excesivos problemas para ligar. Residía en el mismo Balmaseda, en un piso que estaba estrenando.

Fue él quien marcó primero la petición de intercambio. Al principio, a Sonia le hizo sonreír aquel imposible, pero a medida que discurrieron  las horas se le fue haciendo más factible. De tal manera que al final de la tarde aceptó. Nunca había tenido reparos a la hora insinuarse a un hombre que le gustase. Pero al igual que les ocurre a algunos perros de caza de gran olfato que no valen porque se asustan con los tiros, a  muchos hombres les intimidaba esta actitud. Además, por mucho que ella se atreviera a llevar la iniciativa, siempre eran muchos más los que intentaban seducirla a ella . Era evidente, que aunque cada vez menos, el mundo seguía siendo de ellos. Fue ese coqueteo con el poder machista lo que le llevó a  aceptar el reto.
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Sábado noche. Miguel y una chica se han apartado de sus respectivas cuadrillas. Ella es bastante guapa. Por un instante, cuando la ha visto de perfil, le ha recordado a su yo original, a Sonia. parecida en altura, si no fuera por los tacones, más delgada, nariz picuda casi idéntica a la suya y los mismos ojos color verde aceituna. Aunque su mirada insegura, asustadiza casi, nada tiene que ver con la mirada sincera y vivaz de Sonia. También cambiaba el pelo liso teñido de rubio platino, el maquillaje excesivo y la ropa de marca de Nerea, que así era como se le había presentado.

La mente femenina de Miguel estaba ansiosa por estrenar el arrojo y la impunidad del macho. Se sentía como un leopardo ante una frágil gacela  a la que ha logrado separar de la manada. Sin poder aguantarse por más tiempo lanzó su primer ataque. Nerea llevaba ya un rato con la sonrisa puesta y riéndole exageradamente todas sus gracias de machote de pelo en pecho, cuando de forma aparentemente natural e inocente le pasó el brazo derecho por encima de sus hombros. Ella se ruborizó y no le correspondió como él esperaba, pasándole el brazo izquierdo por la cintura. Así que se soltó con la misma suavidad con la que se había apoyado. Un primer quiebro pensó. Continuaron con la ronda de bares.  Con  el alcohol desinhibiendole cada vez más, se sucedieron más acercamientos. Hasta que Miguel descubrió los ojos de ella titilando a la vez que le sonreía de oreja a oreja y le plantó un beso en los labios que ella no rechazó. Entre más besos y abrazos de pasión llegaron al apartamento de Miguel.

A la mañana siguiente, Miguel se levantó oprimido por los efectos diuréticos de la cerveza. Nerea dormía plácidamente. Mientras meaba  recordó con una sonrisa lo bien que se le había dado la caza anoche. Ya frente al espejo, le vinieron a la memoria los últimos jadeos de Nerea, en los que le llamaba Mikel en vez de Miguel. ¿Mikel? -se preguntó- si en ningún momento se había presentado con el nombre en euskera… De repente, reconoció la mirada que le devolvía el espejo. Efectivamente era Mikel, un amigo de infancia que años más tarde se le insinuó y ella  rechazó,  aunque siguieron manteniendo la amistad. El mismo al que años atrás le dejó entrever sus intenciones de cambio.

 Horrorizada corrió al dormitorio. Destapó el cuerpo desnudo de Nerea. Se acercó al ombligo, y tal y como esperaba, se encontró aquel lunar  en el punto exacto donde lo dejó antes de cambiar de vida.